Tomavistas: El Éxito de volver a la Esencia
El Festival Tomavistas era, tradicionalmente, un festival pequeño que, sin figuras deslumbrantes, ofrecía un cartel atractivo en el que se mezclaban bandas emergentes con otras más consolidadas, apuntalado por un par de grupos o artistas de esos que, habiendo pasado su momento de esplendor, todavía tienen un tirón importante por calidad y peso de su discografía. Así, por él han desfilado grupos como Los Planetas, The Jesus & Mary Chain o Ride.
Por un coste razonable podías disfrutar de 2 ó 3 días de buena música, en un entorno agradable, cómodo y accesible para todo tipo de público, en el que el móvil no resulta indispensable para encontrarte con los amigos de los que, además, apenas necesitabas separarte porque no había solapes.
Gran parte de su espíritu original se perdió durante su exilio en el recinto de IFEMA el año pasado y mucho se ha recuperado con su retorno al parque Tierno Galván que, sin duda, tiene algo especial. Los que hemos tenido la suerte de asistir, durante el pasado fin de semana, hemos disfrutado una magnífica experiencia tan notable como inesperada en lo musical, y a la altura del recuerdo de ediciones anteriores en la misma ubicación.
El entusiasmo suscitado meses atrás por la noticia del retorno a los alrededores del Planetario, se enfrió un tanto al conocerse un cartel que, si bien mantenía la estructura y la filosofía tradicional del evento, carecía de algún nombre potente, especialmente entre la escena internacional.
En horarios algo más tempranos de lo habitual y en fechas más tardías y coincidentes con la primera ola de calor (si es que podemos llamar de esa forma al inicio del estío), el Tomavistas abrió sus puertas el jueves a las cinco de la tarde, bajo un sol que ya apretaba, pero todavía no ahogaba, aunque amenazaba con hacerlo durante el fin de semana.
La banda madrileña Menta, con esas guitarras heterogéneas, que beben del rock oscuro ochentero y del pop más guitarrero de los noventa, fueron los encargados de abrir el fuego que mostró toda su fortaleza instrumental y alguna debilidad, como un cierto descuido al micro que, si bien les proporciona una pátina punk y rebelde seductora, lastra la ejecución de las canciones.
A continuación, a la misma hora que tomaba el relevo Queralt Lahoz en ese mismo escenario, Shego inauguraban el segundo, situado en el lateral de la grada del auditorio, la gran novedad de esta edición. Su descaro y su sonido, a caballo entre el punk y el lo-fi, resulta en una propuesta fresca y divertida que ya pudimos disfrutar en su primer largo, “Suerte, chica”, publicado en este mismo año, que, interpretado en directo, crece gracias al carisma que transmite la banda.
En el escenario principal se alternaron Niña Polaca y Ginebras, bandas nacidas en la escena indie madrileña en el mismo año (2018) que, además de haber compartido algún componente, tienen en común una cierta querencia por la búsqueda del himno y el estribillo coreable, convergiendo en un camino más cercano al pop. A juzgar por la entrega del público presente en ambas actuaciones, la fórmula funciona.
Las dos actuaciones más interesantes, por diferentes, del viernes, tuvieron lugar en ese segundo escenario: por un lado, el sonido oscuro post-punk de Depresión Sonora, el proyecto de Marcos Crespo, de fuerte presencia escénica, cuyo directo potencia los sonidos de su propuesta. Por otro, Carlangas, el otrora líder de Novedades Carminha, cuyo sentido del humor desinhibido transformó el festival en una verbena del verano gallego, puso a la audiencia a bailar y cantar, y se convirtió en el gran triunfador de la noche.
La jornada del viernes, ya bajo un sol de justicia, arrancaba con una actuación de esas que mezclan la irreverencia y la reivindicación, en la que la ejecución musical (impecable) es tan importante como el mensaje que se transmite. La parodia y la denuncia se entremezclan de forma tremendamente divertida en los conciertos y en las canciones de Parquesvr.
Sin tiempo para respirar y casi a la carrera, había que llegar al escenario del auditorio para ver a los gallegos Triángulo de Amor Bizarro. Esa misma mañana habían publicado la que, hasta la fecha, es su gran obra musical, “Sed” y que a algunos, como quien esto escribe, ha dejado noqueados. Su flamante disco centró un repertorio que también incluyó sus temas más conocidos, especialmente en su tramo final. La falta de conocimiento de las canciones y, sobre todo, los problemas con el micro (a un volumen excesivamente bajo durante toda la actuación) impidieron que un muy buen concierto como el que dieron, le hiciera justicia a las canciones.
Mujeres, The Vaccines y La Femme ofrecieron actuaciones elegantes y correctas que entretuvieron a la audiencia antes de que La Casa Azul y su pop electrónico y bailable pusieran un impecable broche a la noche.
El sábado fue la jornada más calurosa del festival y las altas temperaturas hicieron duro el trabajo de las bandas que tocaron por la mañana y a mediodía (Dani, La Bien Querida y La Paloma) que tienen mucho que agradecer a los valientes que se atrevieron a porfiar con el astro rey.
Cuando los americanos Allah-Las comenzaron a desplegar su rock psicodélico y garajero en el escenario principal, los allí presentes nos arrebujábamos en las zonas de sombra, huyendo de unos rayos solares que caían como un láser sobre nuestros cuerpos.
Con mucho calor, pero con mejor resguardo del sol, pudimos ver la notable actuación del trío Margarita Quebrada cuyo original post-punk, entreverado con electrónica y esencia urbana, moderniza el estilo y lo entronca con nuevas corrientes musicales.
De nuevo en el escenario grande, Cala Vento ofreció otra de las grandes actuaciones del festival: el dúo de guitarra y batería, sin más músicos de acompañamiento, se bastaron para encender el auditorio. Sus canciones fueron cohetes disparados al aire ante el delirio de los presentes.
Tras ellos, no defraudaron Los Punsetes, a los que siguieron unos Sidonie que hace tiempo que canjearon su psicodelia por el pop de tintes comerciales y decidieron ocultar su enorme talento interpretativo en favor de actuaciones más intrascendentes.
Fue el turno de Ladytron y su potente electro-pop a los que la presencia en el segundo escenario privó de obtener un mayor alcance. Ese segundo proscenio, que probó ser un acierto en la primera jornada, dejó asomar sus defectos en las siguientes: falta de sombras en el periodo diurno y corto de espacio en las horas nocturnas, cuando apenas hay alternativa.
El cierre y broche de oro estuvo a cargo de los cabezas de cartel del día, Metronomy, en una actuación que estuvo a la altura de su condición a la par que dignificó el cartel y prestigió al festival. La elegancia de su puesta en escena, su conexión con la audiencia y la sabia combinación de los ritmos más complejos, orientados a la escucha atenta, con aquellos destinados al puro baile sellaron una actuación imponente y una salida por la puerta grande.
Quizá hayamos echado de menos a ciertos grupos, quizá haya que darle una vueltecita a la idea del segundo escenario o a los horarios diurnos en periodos tan cálidos como el actual, pero es indudable que la séptima edición del Tomavistas ha sido todo un éxito en el que la clave ha sido la vuelta a la esencia.
El parque Tierno Galván es como un bosque mágico de un cuento infantil que transforma a todo el que lo cruza. Solo eso puede explicar que unas bandas que distan de ser lo que uno espera como cabeza de cartel brillen por encima de las expectativas y se eleven hasta hacernos disfrutar como uno de esos grupos que nos hubiera gustado ver. Si, además, lo secundas con esos artistas y grupos emergentes con talento y entrega, te vas a casa satisfecho, con una sonrisa y con ganas de que llegue ya la próxima edición.
Redacción: Yago Hernández
Foto: San Gabriel (@sangabriel1989)