Piedra, papel, tijera
Maxim Ósipov
Libros del Asteroide
Hablar de la última obra de un autor ruso, cuando resuenan los ecos de las bombas y el futuro es incierto (como casi siempre), puede sonar arriesgado en tiempos de furia. Recientemente anularon en Sevilla una proyección de la película Stalker de Tarkovski. Siempre es lo mismo, los defensores de los valores occidentales velan por nosotros. En breve, comer ensaladilla rusa solo se podrá hacer en tabernas ilegales.
Soy maestro de lengua y literatura rusas, soltero y sin hijos. He vivido durante toda mi vida, salvo el tiempo transcurrido en la Universidad de Kalinin (una pesadilla desagradable y olvidada), en nuestra ciudad, que es un hermoso lugar dotado de la triste belleza de la Rusia central y, si nos fijamos en lo que ha hecho el hombre, un lugar muy hermoso. Aquí, al parecer, viviré para siempre: aquí he nacido y aquí moriré. Antes, durante mi juventud, esta idea me deprimía; ahora no.
Esta reflexión crepuscular, que cualquiera refrendaría en sus dos frases finales, pertenece al relato que da título al libro. En él se percibe la melancolía que acompaña al autor, médico de profesión, que se inspiró en sus años trabajando en un hospital cerca de Moscú, para retratar la Rusia de Putin (de 2009 al 2017), arrasada por un capitalismo donde un profesor o un músico del antiguo régimen se convierten en lo más bajo de la cadena alimenticia. Lo de siempre. Porque ese es el retrato del país de los ex soviets que nos muestra Ósipov en sus nueve historias. Emigrado como investigador en la Universidad de California, prefirió regresar a su país natal a ejercer su profesión en un humilde hospital.
Si yo fuera un reseñista respetado debería decir que la sombra de Chéjov se asoma en todos los cuentos. El dramaturgo y cuentista universal también fue médico como Ósipov. Como no soy ni una cosa ni la otra, no lo referiré. De hecho, en algunas de las historias me costó entrar, si bien me suele ocurrir con los libros que agrupan relatos. De Carver a Poe, pasando por Cortázar. Quiero mencionar el titulado Cape Cod, que transcurre en Estados Unidos, país al que huye una pareja de jóvenes rusos para prosperar en la cuna del dólar, pero cuyo hijo, nacido allá, termina renegando de sus padres, alistándose en el ejército gringo para ir a luchar a Afganistán.
¿A esto le llaman guerra? Es un genocidio, una matanza, una operación de castigo, llámalo como quieras. He de decirte, Aliosha, que en mi vida ha habido muchos momentos tristes, incluso vergonzosos, como en la vida de toda persona, sobre todo si es soviética. Pero en actos como este, no vamos a participar.
Supongo que algo así lo firmarían todos esos ciudadanos rusos que en estas fechas son detenidos por manifestarse contra la vergüenza.
Redacción: Gonzalo Visedo