Madrid sucumbe ante la atractiva oscuridad de The National
La banda de Ohio presentó su solvente directo en el Wizink Center de Madrid, en un extensísimo concierto en el que visitaron sus dos nuevos discos, publicados en este 2023, y recorrieron con mimo y acierto su larga y sobresaliente trayectoria, demostrando mantenerse en un espléndido estado de forma.
La historia de The National es una de aquellas historias de persistencia y perseverancia que no me voy a detener a narrar ahora, pero que si es necesario poner en contexto para valorar lo vivido en la jornada del miércoles en el gran recinto de conciertos de la capital madrileña.
Nacidos a finales del siglo pasado, y tras unos inicios con poca o nula repercusión, a la estela de la gran generación del renacimiento del rock a inicio de los 2000 (como diría Alex Turner: “solo quería ser como uno de The Strokes”), a partir de su tercer y aclamado álbum Alligator, en 2005, comenzaron a despegar hasta convertirse en la banda que son hoy en día, con un total de 10 discos de estudio y un directo ensoñador capaz de alcanzar las dos horas y medias de concierto sin apenas darte cuenta.
Y este es uno de los aspectos más fascinantes de la banda, y que tiene que ver con su forma de hacer canciones, dispuestas y ordenadas a lo largo de una discografía con un sonido propio, que ha ido mutando a lo largo de los años, y que sabes identificar con tan solo dos acordes, un golpe de batería, la tecla de un piano o la embrujada voz de Berninger en cualquiera de sus versos.
La colección de esos medios tempos oscuros, con pequeños destellos luminosos que empujan al oyente a tragar saliva y esquivar el nudo en la garganta, se han ido acompañando con el cambio sensible pero fundamental en la armonía de una banda con un discurso crudo y garajero en sus inicios, barnizado por la sofisticación y limpieza de sus sucesores, la introducción adecuada y medida de la sonoridad electrónica ya bien entrada la pasada década, o la inclusión de un gran coro como hilo conductor en discos como I´m easy to find, y todo ello acompañado a las mil maravillas con una sección de vientos, que brilla con discreción en directo, pero que es parte fundamental de su sonido de estudio, al que nadie puede achacarle ni una pizca de falta de personalidad.
No cabe duda, que ante la presentación de tal menú degustación, la gentileza, distinción y ambientación de donde se sirve debería alcanzar estándares algo más refinados, íntimos y al fin al cabo mucho más cercanos que los que nos permite disfrutar un recinto como un Wizink Center, con más de 10.000 personas en su pista y grada, pero esto es el mercado amigos… -al igual que lo es la valla separando precios en la zona de pista- y afortunadamente, a pesar de ello, los Dessner, Devendorf y ese soberbio frontman en que se convierte Matt Berninger desde que pisa el escenario hasta que lo abandona, hicieron del show del miércoles una actuación única, extraordinaria e irrepetible.
Arrancó la generosa velada, que alcanzó las 29 canciones y rozó las dos horas y media de duración, con la correspondiente remesa de First two pages of Frankenstain, destacando el delicado y adecuado inicio de “Once upon a poolside”, la creciente “Eucalyptus”, con la primera aparición de una sección de vientos, que si bien se vio sepultada por la potente maraña sonora generada por sus compañeros en algunos cortes, pareció provocar el efecto deseado por la banda, proporcionando con este recurso la épica y climax tan característica en la extensa colección de canciones de la banda.
Tras la bienvenida más que agradecida del grupo, con una permanente sonrisa en los hermanos Dessner durante toda la noche, llegaron las primeras concesiones a piezas de su primera etapa, como “Squalor Victoria” o “Apartment story” de Boxer, antes de la cual sonó el primer gran combo de la noche gracias a la cautivadora “Bloodbuzz Ohio”, la oscura atracción de “The system only drams in total darkness” o la deliciosa “I need my girl” -con ese riff a base de un punteo casi eterno- para terminar de visitar una de las mejores etapas de una discografía que ha mantenido un altísimo nivel en los últimos 20 años, pero de la que si tuviéramos que elegir, sería fácil quedarnos con High violet o Trouble Will find me. Para gustos los colores, que en este caso hay muchos.
Al derroche de munición, y con el que terminaron encandilar a un público entregado desde el primer corte, le sucedió un prolongado bloque medio en el que lejos de situarse en una prolongada y disfrutona anestesia, a la que nos tienen acostumbrados, las canciones fueron generando un contraste emocional y rítmico, regalándonos un setlist medido y embaucador gracias a temas como la sesuda “Conversation 16”, el aroma seminal de “Sleeping husband” y la vuelta definitiva para visitar sus dos nuevos trabajos, entre las que destacaron la pujante “Deep end (Paul´s in peaces)” y la sutil y conmovedora “Laugh Track”, que da título a su último disco.
A estas alturas de la noche, pocas almas quedaban por hipnotizar por el bueno de Berninger, con su teatral pero nunca excesiva pose, sus movimientos a lo largo y ancho del escenario, su grave y profunda voz, desgañitándose cuando lo ocasión lo merecía, y manteniendo la elegancia de su traje de chaqueta hasta extremos insospechados. A todo ello se sumaba la impecable interpretación del resto de compañeros, con especial mención para el sonido impoluto de los hermanos Dessner a la guitarra, sin quitar el más mínimo mérito a la sección rítmica de los otros hermanos, en este caso Devendorf, discretos pero precisos como cirujanos, la fantástica, y ya mencionada, sección de vientos, que alternaban sin despeinarse con los sintetizadores en muchos de los temas del repertorio o la intimidad y calidez del piano como otro de los elementos claves de la sonoridad “The National”.
Así, se sucedían las joyas de un repertorio que encaraba una larga recta final. “Day I die”, “Pink rabbits” o la sobrecogedora “England” dieron el relevo para el primero de los cierres a cargo de la sempiterna “Fake empire”, otra de las piezas trascendentales en la construcción de la identidad diferencial de la formación, alcanzando con su zenit de vientos una de las cimas del concierto, que apaciguaron con la versión prolongada de “About today”, que si bien no pareció la más indicada para la despedida, funcionó correctamente de interludio y brevísimo descanso antes de los correspondientes, y como no, generosos bises.
La celebrada y dolorosa “Light years”, como única representante de su álbum de 2019 I am easy to find, sirvió para arrancar un nuevo centrifugado de emociones, que continuó con la arrolladora “Mr. November” y el crescendo monumental de “Terrible love”, con las que Berninger convivió entre el público, se dejó querer, se desgañitó sobre la barra del bar y volvió al escenario adecentando su elegante atuendo como si nada hubiera ocurrido.
Dos horas y veinte minutos después de los primeros acordes de un recital que sonó primoroso de principio a fin, se echó el cierre con “Vanderlyle crybaby geeks” y un Wizink cantando a capella a las órdenes del director de orquesta y al son puramente acústico de una banda despojada de amplificación alguna, para dar fin a una noche memorable, donde The National demostraron ser dignos representantes de la sofisticación del rock independiente de principios del siglo XXI.
Redacción: Iñaki Molinos