La pulcritud ruidosa de Luna se pasea por Madrid
La formación neoyorkina arrancó su gira española en la capital con un concierto sobrio y contundente donde defendieron su condición de banda de culto gracias a un sonido ensoñador y una interpretación notable sobre el escenario.
Luna es uno de esos grupos que representa fielmente el espíritu underground de la música popular, lo que se ha hecho llamar en los últimos tiempos de manera poco acertada indie, en su vertiente más guitarrera, y que serviría como una muestra simplista y facilona para aquellos que preguntan por tan manida etiqueta vinculada con un género musical.
Y no en el sentido peyorativo de la palabra, la banda liderada por Dean Wareham suena a rock alternativo del bueno, a guitarras inmensas e hipnóticas capaces de arrasarte en cualquier momento del concierto, a baterías engrasadas como el motor de un viejo Escort, y a líneas de bajo delicadas pero punzantes compartiendo protagonismo con sus apreciados compañeros.
La actuación de Luna el pasado miércoles, dentro del cuidado y acertado ciclo Jaguar, de la mano de la promotora cumpleañera Houston Party, celebrado en el reciclado Lula Club de la Gran Vía madrileña, fue el mejor estreno que podía imaginarse un servidor, seguramente porque nunca se lo había planteado. La coqueta y acogedora sala, repleta, por cierto, su pequeño y cercano escenario, y un sonido sobresaliente hicieron de la experiencia un triunfo inesperado más que una oportunidad perdida en la vorágine de música en directo en que se ha convertido Madrid.
Y todo ello a pesar de algún que otro detalle que sí pudo mejorarse, como la salida más anti-heroica al escenario que recuerdo a cualquier banda en los últimos tiempos –con la música ambiente aún sonando-, la terrible utilización de luces durante toda la noche, o la ostensible falta de entrenamiento del grupo al inicio de esta mini gira, que quedó patente al arranque de algún que otro tema o incluso en largas y virtuosas transiciones algo atropelladas.
Dicho lo menos bueno, solo queda por contar lo bueno de un concierto que derrochó energía y calidad por parte del cuarteto durante los más de 90 minutos que estuvieron sobre el escenario.
En un arranque fluido y con una maravillosa sonoridad desde el inicio, a excepción del “instrumento vocal”, que pareció fallar desde el inicio hasta que comprobamos, desafortunadamente, que la voz de Wareham no llegaba para más, la banda se gustó, deleitándonos con exquisitas tonadas como “Chinatown” o “Malibu Love Nest”, que crecían sobre la base de una sobresaliente base rítmica de la mano de la maravillosa Britta Phillips al bajo y el constante Lee Wall en la sombra de la batería, para acabar estallando en un auténtico placer sónico en tus oídos gracias a las progresiones, punteos y riffs mesiánicos de Wareham y Eden, que alternaban protagonismo y acompañamiento en cada uno de los temas.
Un repertorio que picoteó de su amplia discografía, y que cayó en un pequeño y esperado letargo hacia la parte media del concierto, donde a pesar de pecar de cierta falta de intensidad con algunos temas marca de la casa, siempre conseguía arrancarte de un bofetón la tentación de huir hacia la desconexión gracias a algún mano a mano de guitarras o crescendos casi orquestales para derribar de un plumazo cualquier atisbo de apatía.
Muchas de estas canciones, manifiestamente empapadas del legado de la Velvet Underground, se asomaban con tibieza y timidez a una delgada línea que terminaron por traspasar interpretando la coreada “Satellite Love” del bueno de Reed o la fascinante “Femme fatale”, con la destacada interpretación de Britta en la voz de Nico, para arrancar los bises.
Antes, y tras salir exitosamente del valle más profundo del show, alternaron con acierto temas como la pegadiza “Friendly advice”, con introducción incluida de un hablador y espontáneo Sean Eden, el intimismo de “Lost in space” con aroma nostálgico a Galaxy 500 y la superlativa y definitoria “23 minutes in Brussels”.
Aunque para definitoria, la formidable y dignísima versión del “Marquee moon”, de Television, terminando de demostrar la clase de herederos a la que debe rendir pleitesía una banda alternativa.
Redacción: Iñaki Molinos