El poder hipnótico de Future Islands encandila a Madrid
La banda de Carolina del Norte arrasó en su paso por la sala madrileña La Riviera. Con la presentación de su nuevo y destacado álbum, People who aren´t there anymore, la formación liderada por el inclasificable Samuel T. Herring hizo las delicias de un público que se entregó a la causa como no se recuerda en tierras capitalinas.
Quien haya escuchado en alguna ocasión a Future Islands sabe de sobra identificar su sonido, su aroma, el tono agradable de sus melodías, la voz de su cantante y cualquier otro abanico de elementos no tan intangibles que hacen de la banda americana uno de esos grupos de culto de nuestro tiempo.
Es difícil encontrar a alguien que te niegue taxativamente el gusto por su propuesta, pero como es lógico sí que es fácil encontrar a una gran cantidad de personas que no conocen de su existencia. Como resultado de este burdo análisis social, el pasado domingo nos encontramos en La Riviera madrileña un auténtico ejército formado por aquellos/as que gustan de la música de Future Islands, y quienes definitivamente la adoran.
Llegados a este punto, y aun a sabiendas de las advertencias previas, de las experiencias pasadas en festivales o de la multitud de videos al alcance de nuestra mano, la diferencia entre escuchar un disco de los de Greenville y verlos en directo es un salto exponencial hartamente complejo de describir, pero no vamos a dejar aquí la crónica. Sólo por el entusiasmo y la interminable descarga enérgica de su frontman –el gran protagonista de la noche-, merece la pena intentar contaros una experiencia que me arriesgaría a catalogar como única.
Y si única os suena rimbombante podemos dejarlo en incomparable. No recuerdo haber visto sobre un escenario a un artista hipnotizar con los métodos que utiliza Samuel T. Herring para ello.
Hay artistas con aura, carismáticos, pausados, acelerados, oscuros, brillantes, hermosos, malditos…pero es difícil encontrar un personaje con el perfil del bueno de Herring. Un antihéroe sin ninguna distinción estilística, escasa altura, en los albores de la alopecia y sin rasgos físicos o apolíneos que destacar.
Embutido en pantalones y camiseta de algodón negros que podían pertenecer perfectamente a la colección básica del H&M, hacía acto de presencia con puntualidad británica junto al resto de sus compañeros para arrancar con una balada de su último disco: ‘The sickness’.
Desde este momento, y hasta casi dos horas después, el espectáculo ofrecido por Future Islands fue descomunal. Sustentados rítmicamente en Michael Lowry a la batería y Willian Cashion al bajo, Gerrit Welmers dispara esas frescas y alocadas melodías con sus teclados y sintes al servicio de su vocalista, que sin ser un superdotado en este arte, fue capaz de atrapar a las 2000 almas que se rindieron sin prebendas desde el primer corte de la noche.
Potencia y entrega en una interpretación cuasi teatral que no deja indiferente a nadie. Cambios gestuales que le llevaban del llanto a la sonrisa en décimas de segundo, pasión y actoraje que mutaban en danza, flexibilidad y lenguaje corporal petrificante para terminar arrancando de un extremo al otro del escenario con una aceleración inusitada en un ser de sus hechuras.
Durante el prolongado show –para la media actual de los grupos internacionales en sala- no nos cansamos de poner en liza un sonido inmaculado y equilibrado –algo falto de volumen durante su primera parte-, aunque siempre eclipsado por quien capitaneaba la tripulación.
Conocemos muchos casos de grupos al servicio de un líder, creador o figura magistral, pero Future Islands es otra cosa. Con un extenso repertorio de toda su carrera, donde destacaron los cortes de su reciente trabajo, el orden tampoco parecía ser lo más importante. El cuarteto siguió su modus operandi ante al fervor desmedido de un respetable que devolvía con creces la entrega de Herring y los suyos.
‘King of Sweden’ o su mayor éxito ‘Seasons’ fueron las siguientes en sonar, dando una primera muestra del universo que gira sobre una banda que no tiene estribillos pegadizos, y que basa su sonido ciertamente homogéneo desde el comienza de su carrera en la importancia armónica de los teclados y sintetizadores. Pudiendo ser herederos del post punk, e instalados en un luminoso synth pop, no terminan de aferrarse a los cánones melódicos tradiciones; seguramente ahí radique lo diferencial de su esencia.
De esta manera seguían avanzando las canciones, a cada cual más pasional y emocionante en su interpretación, reduciendo a cenizas cualquier elección o favoritismo en su repertorio con la apabullante actuación de Herring. Golpes de pecho reales -casi como un bombo sonando sobre el micro-, gemidos guturales marca de la casa y miradas ardientes que te hielan por dentro para volver a arrancar el ritual en cada tema.
Acompañado de una sencillez sobrenatural, una sonrisa de oreja a oreja, e impresionado por el apoyo y reconocimiento de un público que prolongaba sobremanera sus aplausos y vítores, seguían presentando cada pieza antes de ejecutarla, sumando otro ingrediente atípico a la receta anti-épica de cualquier directo.
Así sonaron temas conmovedores como ‘Run’, perteneciente a su álbum The far field (2017), la intimista ‘Give me the ghost back’, ‘Corner of my eye’ o la cadenciosa ‘Iris’ para cerrar el gran bloque de su reciente trabajo, o la seductora ‘A dream of you and me’ de su exitoso disco Singles.
Los que sospechábamos que podía ser un concierto sobresaliente y limitado en el tiempo, resultó convertirse en una fiesta inagotable que acabó pasando también por sus primeros trabajos, como fue el caso de ‘Balance’ (On the water, 2011), ‘Long flight’ o ‘Tin man’ (In evening air, 2010), con las que cerraron por primera vez su actuación ante los primeros síntomas –más que justificados- de agotamiento vocal e interpretativo de Samuel T. Herring. Mientras que el resto de la banda, en la antípodas del dinamismo de su compañero, yacía impertérrita sobre el escenario ejecutando su obra de manera fascinante.
Tras el correspondiente bis, salpimentado nuevamente por una épica inusitada por parte del público -incluyendo cánticos futboleros y una ovación casi ininterrumpida durante todo el descanso-, el cuarteto volvió para rematar la velada con tres nuevas interpretaciones que en ningún caso pertenecían a su nuevo disco: una muesca más en el revólver.
Ya empapados de la futura resaca emocional, disfrutamos de las últimas visiones y pulsaciones que dejaron de latir con ‘Little dreamer’, una balada de su seminal álbum, que sirvió para cerrar como capicúa un concierto que será difícil apear del podio de los mejores del año.
Redacción: Iñaki Molinos