El cable a tierra de Vetusta Morla como seguro de vida
El grupo madrileño cerró la gira de su último álbum en el Wizink Center en otro de sus conciertos memorables, donde fueron de menos a más, prestando el mimo y atención que merece su Cable a tierra, sin descuidar el resto de su fantástico y demandado repertorio.
Cuando miro atrás y me pongo a echar cuentas, impacta percatarse de que seguramente no hay un grupo que haya visto más veces en directo que Vetusta Morla. Obviamente todo tiene su contexto, y no es lo mismo lo que giraban las bandas hace un par de décadas que lo que hacen ahora, y más si se trata de una de las más laureadas de los últimos lustros, lo que hace todavía más meritorio lo ocurrido el pasado jueves 30 de noviembre en el coliseo madrileño.
Los tricantinos definieron desde el principio con acierto y exactitud el concepto que rodeaba a su “nuevo” trabajo -lanzado hace ya dos años-, entroncando las nuevas sonoridades por las que habían ido navegando durante los últimos años, especialmente con Mismo sitio, distinto lugar, pero agarrando con fuerza y pasión a la tierra, la tradición y el extenso y rico folklore con el que ha sido regada nuestro querido y diverso país, procedencia, origen o como queráis llamarlo en los delicados tiempos que corren.
Esta mixtura tan bien ejecutada por Vetusta Morla desde su lanzamiento, aun pasando más desapercibido que otros de sus trabajos -fruto también de la sobreoferta y urgencia del estado musical actual-, saltó al imponente ruedo del Estadio Metropolitano para presentarse en directo hace casi año y medio, y cerró el circulo como se merece con una actuación más que notable aunque no exenta de dificultades difíciles de recordar en los impecables directos del sexteto.
Y es que la banda ha aumentado su volumen durante gran parte de esta gira, dando cabida a esos sonidos tan necesarios para trasladar al directo su nueva propuesta, gracias a la colaboración de dos colectivos de música tradicional, como son El Naán y Aliboria. Con ambos de la mano y la armoniosa “Puñalada trapera” dio inicio un show con gran protagonismo para Cable a tierra, que continuó con “La virgen de la humanidad” y “El imperio del sol”, mientras Pucho trataba de hacerse escuchar por encima de una olla enlatada a presión a punto de reventar.
El sonido estridente y saturado prosiguió con la salida de la orquesta, con la formación “original” sola sobre las tablas, y después de haber comprobado unos exuberantes pero elegantes efectos visuales, que demostraron una vez más la implicación de Vetusta Morla no solo con lo musical sino con la estética, la danza, lo sensorial y en suma, con la belleza escénica.
A pesar de todo ello, uno siempre ha pecado de dramático y existencial, y no me escondo si durante la primera media hora de concierto pensé haber perdido la fe, aunque fuera por momentos, en una de las bandas más influyentes e importantes de mi madurez personal; la que me ha acompañado sin cesar durante la última década, y sin duda, no me canso de repetirlo, la mejor y más trascendente formación nacional de este siglo. De indie, de alternativa, de pop-rock, como os dé la gana llamarlo…y si no, decidme otra.
Vetusta Morla es historia viva de este país. Es la epítome del éxito independiente llevado a su manera y sin intermediarios a la colectividad más absoluta, forma parte del imaginario cultural colectivo de una amplia generación; donde se juntan familias y amigos de diferentes edades, gustos musicales e incluso ideologías para compartir y vivir ese ratito de felicidad que el pasado jueves alcanzó las dos horas y cuarto de duración.
Y es que tras esta crisis, que se llevó por delante cortes tan apreciados y diferenciales como “El hombre del saco”, “Golpe Maestro” o “Maldita dulzura”, la gran familia –y equipo- que rodea a al grupo dio con el antídoto perfecto desde la mesa de sonido, recuperando a un enfermo que no está acostumbrado a sufrir de estas dolencias. Así, con la pasional desnudez de “Fuego”, la maestría pop de “Finisterre” junto a un sobresaliente Rodrigo Cuevas y la eternamente descomunal “Copenhage”, que en cualquier situación es capaz de convertirse en uno de los picos del concierto, Vetusta recuperó el pulso para dar una catedra de música en directo que debería figurar como asignatura obligatoria en las mejores universidades del planeta.
Tras ellas, rodaron sin freno “La vieja escuela”, una “23 de junio” que alcanza su versión mejorada con el barniz de Cable a tierra junto a la colaboración de la orquesta, o la preciosa y correcta “Al final de la escapada”, que cumple como una de esas canciones facilonas que con poco más que una buena melodía y bonita letra te revuelve por dentro. Puro Vetusta Morla.
Habíamos devorado medio concierto y sabíamos que quedaba por degustar una traca final cada vez más extensa, y es que cuando se tiene un repertorio tan completo puedes optar por elegir –y recortar- o por disparar todo tu arsenal; y en los tiempos que corren se agradece que una banda de tal trayectoria no limite su tiempo sobre el escenario. “Rey sol” y “La cuadratura del círculo” nos volvieron a recordar lo mastodóntico de su carrera, y como un primer disco a finales de los 2000 puede seguir sonando igual de bien en 2023, un “Consejo de sabios” que me hace sopesar si es su mejor canción, con ese puente-cierre excelso, mientras se intercalaban temas como “Palabra es lo único que tengo” con el acierto pasmoso del que sabe ordenar un setlist, antes de pisar el acelerador y soltar el volante con “Te lo digo a ti” y sacar a pasear esos himnos coreables que son “Sálvese quien pueda”, “Valiente” y “Saharabbey road”: imponentes e insuperables.
Llegamos al bis sin apenas pausas, con un Pucho menos hablador de la habitual pero igualmente agradecido a una multitud que les sigue allá donde vayan y celebrando los rituales y la música, que alcanzó su fin gracias a “Si te quiebras”, seguramente la mejor composición de su último disco, los ya clásicos y conmovedores “Cuarteles de invierno”, y “Los días raros” de los nadie nunca se cansa, como pieza magna de su repertorio para despedirse definitivamente.
Una despedida que no será de las duras, los volveremos a ver más pronto que tarde para seguir creyendo en Vetusta Morla, no como un acto de fe injustificado sino como la demostración más clara y cristalina de lo que significa el arte y la música en directo: cantar, reír, saltar, emocionarse, llorar y volver a levantarse.
Redacción: Iñaki Molinos