Reseña Cualquier verano es un final
Ray Loriga
Alfaguara
La última novela del generacional escritor Ray Loriga se publica tres años después de la operación a vida o muerte a la que se sometió el autor para extirparle un tumor cerebral. Sin lugar a duda, una experiencia como esa pasa a formar parte de un escritor lo quiera o no y, en el caso de la novela que nos ocupa, se aprecia notablemente, ya que la misma es una larga carta meditativa sobre la muerte, el final de la juventud, la ilusión por vivir, las expectativas creadas, la perdida, la memoria y la amistad.
Todos ellos temas que Loriga ha tratado desde sus inicios por los años noventa cuando, siguiendo el halo inspiraciones procedente de Estados Unidos, fue convertido por la prensa cultural de este país en un reflejo claro de la Generación X que encontró en el grunge su medio de expresión cultural por antonomasia (cabe recordar que una de las portadas de las primeras novelas de Loriga fue una foto del propio Kurt Cobain) y del que Loriga se sirvió para amortiguar sus inquietudes juveniles en novelas espídicas de voraz lectura, digestión convulsa y lacerante influencia sobre una generación que ha ido creciendo con él y que encuentra en el desarrollo literario de Loriga un óptimo reflejo de espejo vivencial.
En el caso de su última novela, Loriga se sirve de Yorick, editor bohemio que estuvo clínicamente muerto durante dos minutos a raíz de una intervención para extirpar un tumor (analogía completa a la experiencia vivida por el autor de Trífero o Caídos del cielo) y su historia de amistad con Luiz, adinerado hombre de pesadas sombras familiares que afronta una decisión de vital (nunca mejor dicho) importancia y sobre la que Yorick orbita durante las casi doscientas cincuenta páginas de desfile de característicos personajes y meditabunda reflexión escrita de un mundo caduco que da paso a uno nuevo y donde las mieles y hieles del pasado acompañan, acomplejan y nuclean un relato de punto y aparte.
Una estructura narrativa de aparente simpleza, pero que articula un paisaje de saltos espacio temporales que aligeran la carga de profundidad de la novela y que enseñan en perspectiva el camino, en parte autoconcluyente, de unos personajes ungidos en la melancolía de tiempos pasados cuyo valor no radica en lo vivido, sino en cómo fueron vividos gracias a un aspecto fundamental: la juventud.
De poso existencialista y viaje idealizado por un pasado que, no pareciendo tan remoto, empieza a hundir sus raíces en años ya perecederos y comienza la asfixia de la subsistencia e incluso asistencial, mientras, en el retrovisor se proyecta la luz de una puesta de sol veraniega en el paisaje de nuestra supervivencia.
Redacción: Juan A. Ruiz-Valdepeñas