Crónica Festival Tomavistas 2018
25 y 26 de mayo
Parque Enrique Tierno Galván
“De todo lo que hice años atrás,
de todo eso aprendí.
¿Cómo podría decir que
no voy a hacerlo más?.”
<<Prueba esto>> Los Planetas
La crónica sobre la anterior edición de este magnífico festival se abría con el desvele que sentí a las 05:30h del primer día del evento. En esa ocasión, el súbito despertar me sobrevino por una serie de circunstancias que sintetizaba en una especie de ansiedad por el comienzo del Tomavistas. Este año, curiosamente volví a desvelarme a la misma hora pero no por una cuestión de ansiedad, sino por la fortísima tormenta que arreciaba sobre Madrid y que me tuvo mirando la ventana desde el amanecer hasta que, por fin, el sol se abrió camino al medio día (aunque la lluvia nos tenía una reservada, pero esa ya es otra historia…) y se alejaron los (malos) presagios de algunos agoreros del 2.0 que parecían más interesados en suspender el festival que en parapetarse correctamente y afrontarlo (muchos de estos son aquellos que en sus conversaciones dicen que no se morirán sin ir a Glastonboury…).
La organización mantuvo una calma exquisita en su comunicación y logró abrir el festival (con acceso mejorado respecto al año pasado) en sesión vespertina de viernes con The Zephyr Bones a quienes siguieron el último hype de la temporada: La Plata. Banda de incontestable repertorio (no hay canción sobrante ni en su disco ni en el setlist) que poco a poco van cogiendo ritmo de actuación y que disfrutaron de uno de los mejores sonidos que tuvo el escenario Tomavistas. Tras ellos, en ese mismo espacio Disco Las Palmeras! dieron rienda suelta a su nueva faceta musical plasmado en su reciente lanzamiento “Cálida”, álbum sobre el que se nucleo gran parte del recital y quizás debido al poco rodaje del mismo, vivimos un concierto de picos y valles, donde la presencia sonora más límpida ganó al simiente ruidismo de la banda.
A las 19:35 horas se produjo la apertura del Escenario Four Roses con los platenses El Mató a un Policía Motorizado. Actuación muy solicitada que comenzó a buen ritmo con “El tesoro” y fue vehiculándose en torno a su último disco, “La síntesis O´Konor” cuestión ésta que fue restando expectación a su actuación, independientemente de su notable interpretación, y que se vio aún más afectada en el momento en que el “cielo cayó sobre nosotros” y obligó a una espantada en busca de refugio o de prendas nuevas con las que secarse y no terminar con una severa afección pulmonar.
El chaparrón hizo cancelar el concierto de Iseo & Dodosound, así que gracias a las prendas que nos trajeron los amigos y amigas pudimos resistir hasta el final y disfrutar de uno de los mejores conciertos de esta edición: Superchunk. Los de Carolina del Norte montaron un show impecable, tirando de grandes clásicos (“Erasure”) y temas de su último y, sobresaliente disco, como “What a time to be alive”. Un recital enérgico, de poderoso power pop con trazas de punk melódico que repiqueteando en las riberas del indie rocku, expurgó gran parte del desasosiego generado con la lluvia. Con la adrenalina en plena efervescencia, el escenario Tomavistas (cuya funcionalidad y programación generó algún que otro debate entre los asistentes) acogió uno de los directos más impactantes y epatantes del panorama patrio: Belako. La banda desplegó todos sus recursos, remató su fiereza galvánica con alegatos políticos de primer orden y puso patas arriba a la audiencia que allí se congregaba o, más bien se apretaba (hubiera sido más apropiado verles en el escenario principal) para paladear todas y cada una de las canciones que reventaron el escenario previo a otra de las bandas más esperadas del día: Ride.
Los británicos han superado la mera expectativa icónica de la reunificación para trascender como sobresaliente banda contemporánea de la actual escena musical. Una actuación ejecutada con quirúrgica precisión y notable sonido (algo bastante común en el escenario Four Roses) en la que desgranaron con certeza y sabiduría gran parte de su mítico repertorio (“Seagull”, “Taste”) y temas de su último y excelso Ep, como “Catch you dreaming”, que refulgieron con maestría por las gradas y explosionaron con ese rock expansivo, vaporoso e íntimamente épico en la conciencia del numeroso público allí congregado.
Un nuevo paseo nos llevó a la arrítmica actuación de la chilena Javiera Mena que no logró coger el pulso del festival (a lo que tampoco le ayudó el sonido del escenario), cuestión ésta que sí lograron hacer Django Django quienes ofrecieron un concierto vigoroso, altamente disfrutable coincidiendo con lo que pedía el público a esas horas de la noche. El testigo de su actuación fue recogido por Novedades Carminha (otra vez ubicados incompresiblemente en el escenario pequeño) quienes agitaron son su retranca sardónica (su interpelación sobre Los Planetas resultó en cierta forma visionaria) y su verbena sinfónica de rock agazapado en el punk postmoderno y otras tradiciones que la banda reformula con maestría (la versión de Los Saicos es prodigiosa) provocando una descarga de felicidad sobre los que allí estábamos apurando las últimas horas de esta primera jornada del festival.
La Casa Azul creo que despierta tantas filias como fobias. No cabe duda alguna de la capacidad de Milkaway como productor solicitado y su buen hacer a la hora de crear ritmos pegadizos. Aún así, su concierto, independientemente de la calidad de su puesta en escena, sonido e interpretación se hizo un tanto repetitivo, con más artificio que fondo a pesar de lo cual, logró cerrar este primer día de una forma correcta.
La jornada del sábado se partía con una serie de actuaciones que comenzaron a mediodía, como una herramienta más de los organizadores del Tomavistas por hacer de éste un festival familiar y que siempre será tema de debate para todos aquellos que piensan que programar conciertos tan interesantes como La Bien Querida o Tulsaa esas horas no resulta apropiado, sobre todo, si has estado hasta el cierre de la anterior jornada del festival. Independientemente de este debate que, también sucede en otros festivales, la jornada del sábado contaba con los suficientes alicientes para consolidar definitivamente a este evento.
Tras la sesión matutina, la tarde comenzaba recuperando la actuación “perdida” del año pasado de Kokoshca quien luego cedió al testigo a dos de los artistas de lindes musicales más extravagantes de este cartel: Chad Vangaalen y Altin Gün y entre medias Melange.
A las 20h (horario poco usual para lo que nos tiene acostumbrado esta banda) saltó a escena El Columpio Asesino en el escenario Four Roses. Los navarros recuperaron el pulso perdido en su actuación del Warm-Up de Murcia y nos ofreció un concierto impecable cuyo remate final a cargo de “Toro” supuso un momento álgido dentro de la programación del festival. El listón estaba situado alto, pero la actuación de Perro lo superó ampliamente (y luego ya nadie fue capaz de superarlo). Los murcianos y sus delirantes mensajes de fondo reventaron el escenario pequeño (creo que ya están para el principal) y liaron un jolgorio épico, estrambótico, de fiereza eléctrica donde su microcosmos cultural de iconografía bizarra (nunca me dejarán de sorprender las referencias futbolísticas de “Marlotina”) navega con excelsa destreza en las bravas marejadas que desprenden sus descargas musicales.
En el momento en que se estaba forjando la decimotercera copa de Europa del Real Madrid, The Jesus & Mary Chain hacían su aparición para desplegar dieciséis temas de nostálgica raigambre (“Just Like Honey”, “Head On”) bajo una cobertura acústica de primer orden, una puesta en escena sobria pero lo suficientemente cautivadora como para invocarnos en un viaje de narcótica escucha que nos trasladaba a base de galvánicos zarpazos por sendas de vaporoso tránsito y estaciones de perpetua añoranza.
A modo de entremés entre los escoceses y Los Planetas se subieron al escenario Tomavistas los sevillanos Pony Bravo quienes el viernes habían presentado tres canciones nuevas tras años de reclusión. Minutos antes de la medianoche los granadinos saltaban al escenario principal bajo la atenta mirada de miles y miles de seguidores que abarrotaban el particular graderío del Parque Tierno Galván. Los hipnóticos acordes de Islamabad (de poderosa interpretación) dieron rienda suelta a un inicio de concierto muy parecido al realizado en el puente de diciembre en el Wizink Center, donde el majestuoso sonido se combinó con una cierta languidez en la ejecución de temas como Señora de las alturas, Seguiriya de los 107 faunos, Si estaba loco por ti, Santos que yo te pinté, Corrientes circulares en el tiempo, Hierro y Níquel, No sé cómo te atreves (con la colaboración de La Bien Querida). A partir de Zona Autónoma Permanente empezaron a desplegar algunas de sus grandes piezas maestras como Un buen día, Segundo Premio, Alegrías del incendio y como broche final, De viaje. Un buen repertorio que fue discutido por alguna parte del público, pero que no logró cautivar a la numerosa audiencia allí congregada (al contrario que en diciembre) cuyas expectativas estaban muchas más altas de lo que allí se nos ofreció, no siendo para nada malo, pero quizás, le faltó la pasión necesaria para enaltecer al público.
Los últimos estertores del festival iban a ser recorridos por dos artistas bien diferentes: Princess Nokia y Roosevelt. La artista neoyorquina empezó con potencia su concierto pero rápidamente cayó en una especie de atonía que no consiguió levantar ni con Tomboy. Por contra, el alemán acertó plenamente con un setlist perfectamente equilibrado que dibujó un elegante y bailable sonograma que puso un buen broche final a esta nueva edición del festival madrileño.
Un festival que va creciendo poco a poco, con paso seguro, firme y de identidad marcada; que aprende de sus errores dado que escucha y debate sobre lo que es comentado por redes o de forma directa (este año ha habido un sonido en los escenarios muy bueno), que quizás en esta edición tenga que reflexionar sobre la funcionalidad y programación del escenario “pequeño” y quizás compensar el cartel en cada uno de los días (acierto el suprimir la tercera jornada) y que ha superado la dificultad añadida de un primer día de tiempo desapacible para lo que estábamos acostumbrados en años anteriores.
Sus grandes virtudes siguen intactas y se realzan en cada edición que pasa: ha logrado descubrir y hacernos partícipes de un recinto tan olvidado como el Parque Tierno Galván; sigue en la senda de ofrecernos grupos “delicatessen” junto con nuevas promesas que luego se convertirán en protagonistas de otras festivales; está consolidando un festival en una ciudad en la que parecía imposible que pasara algo así y, una de las cosas más importantes es que sigue logrando vincularnos emocionalmente con él y con todo lo que le rodea.
El espíritu familiar que invade su ambiente se traslada a gran parte de los que vivimos el Tomavistas porque vemos que se repiten tradiciones, que vienen amigos de todas partes de España (Murcia, Barcelona, Euskadi), que disfrutamos, nos lo pasamos bien, escuchamos buena música y durante cuarenta y ocho horas abandonamos la cultura del desengaño en la que estamos instalados por una zona temporalmente autónoma donde, como dice Hakim Bey: “Solo estoy despierto en lo que amo y deseo hasta el punto del terror”.
Redacción: Juan A. Ruiz-Valdepeñas
Fotos: Rafa Rubiales