Crítica Red Moon Yard – Pureland
Ir a contracorriente. Eso es Pureland, el primer disco de Marcos F. Fermoselle, líder de Red Moon Yard. Banda que, junto a su hermano como principal cómplice sonoro y un elenco de amigos músicos se reúnen para perpetrar once canciones que, durante poco más de cuarenta y un minutos alardean de un saber hacer armónico pausado, vaporoso, ajeno a modas y enraizado en la tradicional veta folkie americana que a finales de los años noventa y principios de los dos miles eclosionó bajo el concepto de americana donde los seminales Wilco fueron sus principales abanderados, entre muchos otros, como por ejemplo Whiskeytown de los cuales Red Moon Yard son bastante deudores.
Si toda esta influencia fuera poca, al lo largo de las canciones orbita una emulsión sonora de mantras budistas que estandariza la organicidad de temas donde la pausa, el reposo, una cierta incorporeidad cose tema tras tema, sobre todo a partir de Samsara (aunque el tema de apertura Weird Song ya es una notable declaración de intenciones conceptual del álbum).
A partir de esta tercera tonada, el discurso musical de Red Moon Yard se va afianzando sin prisa pero sin pausa. Mundane Worries y Gone son una dupla de atracción hipnótica que se quiebra parcialmente con la bella y ligeramente eléctrica (heredera del Valle de San Fernando de los setenta) Queen of My Sorrows, emparentada en su estructura con Paula y She, entre medias de ambas se cuela la preciosista Proud para concluir con Kissing Disorder y su tranquila elegía sobre esta vida tan loca como apasionante.
En definitiva, un álbum de pureza armónica y lirica que te abraza, te enternece y eleva el alma hacia (necesarios) estados de quietud, al orillarse en terrenos de necesaria reivindicación musical, donde lo calmo, lo reflexivo, el hedonismo del conocimiento interno y de sus circunstancias se sobrepone al caos reinante. Paz en el reino del caos.
Redacción: Juan A. Ruiz-Valdepeñas
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