Bestia Bebé tocó el cielo de Madrid
La banda bonaerense ofreció su segundo concierto en tres días en la capital, en la sala Siroco de Madrid y dentro del ciclo Inverfest, donde presentaron su reciente y sobresaliente álbum Vamos a destruir.
La noche del pasado martes, y no tras cierta confusión e intriga previa, acabamos volviendo a la siempre especial sala Siroco para estrenar un nuevo año en las salas madrileñas.
Y digo confusión, aunque podíamos definirlo como misterio, ya que la actuación quedó extrañamente escondida en la programación del siempre acertado cartel del Inverfest, quedando agotadas las entradas para la actuación de la banda dos días antes en la sala Sol, mientras que el martes dejaron unas cuantas sin vender en el recogido y genuino espacio de la calle San Dimas –y no creo que fuera por falta de demanda-.
Con este panorama, con aroma casi clandestino al inicio del bolo, volvimos a respirar ese ambiente cada vez más difícil de hallar en los tiempos que corren: grupazo de guitarras a falta de reventar comercialmente en una de las salas fetiches de la capital.
A todos estos ingredientes solo faltaba sumar el ingrediente esencial de la noche, que no se hizo esperar en exceso, y que sirvió como toque definitivo y certero para degustar a una formación en pleno momento de madurez artística. Y es que Bestia Bebé es la banda de rock que andabas buscando.
Ha estado ahí, desde que nació hace más de una década, en esa gran generación de bandas argentinas de guitarras –comandada por El mató a un policía motorizado- que han cruzado el charco para traernos esas maravillosas y melodiosas canciones capaces de hacerte transitar por estados y pasajes de lo más variopinto y fugaz, como el inicial y espectral “Humo negro” con esa fabulosa progresión hacia el stoner rock, para saltar sin escrúpulos a los orígenes de “El luchador de Boedo” con la frescura del pop más independiente o la tentativa ska de la “Antartida Argentina”, antes de volver a su superlativo nuevo trabajo de la mano del primero de los himnos coreados por la muchedumbre; el maravilloso retrato esculpido en “El cangrejal”
Tras un arranque poderoso, pero bien medido, y tras la encarnizada lucha con unas voces de difícil digestión en nuestra querida Siroco, llegó el turno de dosificar un concierto que nunca cayó en la sensación del temido letargo, o al menos nunca se prolongó en el tiempo más allá de una pieza en forma de bisagra; un setlist escogido con enorme acierto donde se alternaron diferentes tempos, estilos y atmósferas gracias al buen hacer de un combo clásico de guitarra, batería, bajo y voz, que se mueve mucho más sobre las bases de la música popular de lo que te puedas imaginar.
Así llegamos a lo que parecía una recta final que se asemejaba más a la parabólica eterna de cualquier circuito de velocidad que se precie, donde sonaron sin tregua las arrolladora y ya icónicas “El rock and roll pasó de moda” y “Montevideo”, se arremolinaron los primeros pogos gracias a “Fiesta en el barrio”, desplegando la nostalgia de sus manjares de colección; “Lo quiero mucho a ese muchacho” y “Un documental sobre mí”.
Cuando la lógica habitual de los conciertos situaba todo este bloque categóricamente como definitivo, los argentinos sacaron el arsenal de reserva que no solo no defraudó, sino que dotó de una personalidad abrumadora a una banda que durante toda su actuación dio poco pie a la grandilocuencia, respetando a su público, pero sin derrochar palabras sobre el micro en los correspondientes interludios.
En la re-subida a la cima final, y a pesar de la concesión de “El amor ya va a llegar”, corte intimista que nos recordó que, desgraciadamente, 2024 no ha terminado milagrosamente con esa gente vociferando para contarse sus anodinas vidas en mitad de un concierto, se sucedió una nueva batería de canciones empapadas de rock frenético, como “El verano”, “Omar”, bajando las revoluciones para despedirse con el “Wagen del pueblo”.
Rozando los 90 minutos y con la satisfacción de quien sabe del trabajo bien hecho, se despedían sin hacer ruido, mientras el resto volvíamos a casa con la sensación de haber cumplido –no tanto como ellos-, presenciado uno de esos conciertos que recordaremos durante años, tocando el cielo junto a Bestia Bebé.
Redacción: Iñaki Molinos