¡Ay, Vetusta!
La banda madrileña se despidió de Madrid por un tiempo, en un Parque Enrique Tierno Galván abarrotado, donde presentaron su reciente álbum Figurantes sin olvidarse de su extenso carrusel de éxitos, en otro concierto sublime para la colección.
Hace aproximadamente un mes y medio, Vetusta Morla comunicó que era hora de parar, y, que si todo va bien, volverán a la actividad a partir de 2026. Una decisión más que acertada, desde mi humilde punto de vista, porque el ritmo funcionarial de la actual industria es capaz de devorar al ciclista más en forma del pelotón. Y lo más importante, porque, para valorar las cosas, es necesario echarlas de menos, ya sea hacia dentro o hacia fuera. Además, estoy convencido que esta pausa le sentará de maravilla a la creatividad y arte de la banda, y al ejercito de fieles que los siguen.
A estas alturas de carrera y echando la vista atrás, su trayectoria se ha convertido en un caso de estudio. Sobre cómo alcanzar el éxito masivo desde la independencia en la gestión y propuesta artística, para poder hacer lo que les dé la gana: cómo, cuándo y por qué. Y, a pesar de todo ello, la formación tricantina es un ejemplo de compromiso social –dentro y fuera de la música-, y comunitario para con sus seguidores, la gente que forma parte de su equipo -que no se ve ni en sus discos ni en sus directos-; y, en general, con todos los actores que hacen girar la rueda del sector musical patrio.
Por este motivo, parecen haberse vistos obligados a comunicar un receso que en cualquier otro caso podía haberse entendido como un silencio voluntario de apenas dos años, pero… ¿Cómo no iba a avisar Vetusta Morla de cualquier movimiento a toda esta gente? Quizás, y sólo quizás, por este motivo, el concierto del pasado sábado en el Parque Enrique Tierno Galván, adquirió ciertos tintes extraordinarios para lo que suelen ser los conciertos de los madrileños, que ya de por sí te ofrecen una vivencia superlativa durante dos horas de tu mundana vida.
Porque con los años, y más de una veintena de conciertos vetustos a las espaldas, uno se da cuenta de cómo va pasando el tiempo y pesando la mochila, para bien y para mal, y de cómo su música va alcanzando un nivel de universalidad a la altura de muy pocos grupos –por no decir ninguno- en nuestro bendito país. Por eso, asumimos el griterío que tapa su magnánimo sonido en sus himnos más coreados, perdonamos los golpes vecinos producidos por los bailes y emotivos abrazos, y aguantamos el insoportable murmullo de la multitud con las nuevas e intimistas canciones de su último disco que la gente aún no conoce del todo.
Un disco, que debido a las decisiones sobrevenidas anteriormente comentadas, han tenido a bien presentar en diferentes festivales y ciclos de conciertos veraniegos a lo largo y ancho de nuestra geografía, siendo el Alma Festival el anfitrión en Madrid. Un álbum, que, posiblemente, no sea el más excelso de su carrera, pero al que poco se puede reprochar canción a canción; y con la mala costumbre habitual del sexteto madrileño de hacerlo a las mil maravillas en apenas su quinta aparición en directo desde su lanzamiento.
Una nueva vuelta de tuerca a un repertorio cada vez más amplio y difícil de encajar, para mantener el equilibrio exacto entre lo artístico y lo popular, buscando un compendio perfecto recorriendo tu carrera y contentando a un público que colmó el fantasioso recinto como nunca había visto un servidor antes. Unas impactantes vistas del auditorio que ni siquiera pudieron empañar los desafortunados palcos VIP incrustados en los laterales de las gradas, a los que servicialmente me invitaron a ocupar desde la organización y amablemente rechacé. Gracias por el trato, en cualquier caso.
Pero vayamos a lo importante. A las 10 de la noche, y con puntualidad casi inglesa, comenzaban a sonar los primeros acordes de ‘Puentes’, con una sonoridad casi inmaculada desde su inicio, la emoción desatada del público con una de sus nuevas canciones, y un cielo que ya había descargado lo que debía a lo largo de la tarde. Tras ella, las primeras miradas al retrovisor con temas no habituales, más allá de las giras de presentación de los propios álbumes, como ‘El discurso del rey’ (Mismo sitio, distinto lugar. 2017) o ‘Fiesta mayor’ (La deriva, 2014), para poner a bailar al personal desde el inicio. Y es que, aunque el protagonista principal de la noche fuera Figurantes –del que sonaron hasta siete cortes-, entre su amplísimo repertorio, Vetusta Morla siempre nos regala una variada y cuidada selección de canciones que consiguen esquivar con elegancia y soltura la monotonía de conciertos enlatados.
‘Golpe maestro’ terminó de prender la noche –y estábamos en la cuarta canción-, antes de regresar a la nostalgia del primer trabajo con ‘Un día en el mundo’. Previamente, el discurso emocionado de bienvenida de Pucho, rememoró tiempos pretéritos y valoró como se merece la primera actuación de la banda en tan glorioso enclave.
Escoltando a la añoranza de su primer lanzamiento, volvió la recurrente pero certera aparición de temas como ‘Figurantes’ o ‘Cosas que hacer un domingo por la tarde’, donde sacaron a relucir ese arsenal que entremezcla con pulcra mesura la intimidad y desnudez de sus melodías con las armonías más cargadas de capas y elementos electrónicos de toda su discografía.
El heroísmo sampleado de ‘La virgen de la humanidad’ y el amor incondicional de ‘Finisterre’ saltaron al escenario en representación de su anterior disco, Cable a tierra (2021), intercaladas por un clásico como ‘El hombre del saco’ (Mapas, 2014). En este punto, en el que cualquier concierto al uso estaría sumido en la clásica mezcolanza de temas pasados y recientes, cabe resaltar –y en mayúsculas- la capacidad de reinvención de un grupo altamente dotado para reproducir cada tema de manera diferencial en cada uno de sus tours. Nuevas secciones, ritmos modificados y arreglos que pueden resultar inapreciables, o pasar inadvertidos en el fulgor de la batalla, pero altamente emocionantes cuando te encuentras cara a cara frente a ellos. Genios.
Milimétricamente introducidas en un setlist que en ningún momento adoleció de ritmo, los delicados cortes de su recién estrenado trabajo seguían desfilando por el escenario. ‘La sábana de mis fantasmas’ o la sublime ‘Ay, Madrid’, reivindicando el amor incondicional por una ciudad maltrecha y casi hundida en las manos de su clase política, nos condujeron a una brillantísima trilogía que casi podemos repetir de memoria.
El respetable iluminó el Tierno Galván al unísono, casi involuntariamente, y con una estampa sorprendentemente bella, grabando con sus móviles la piedra angular de la historia de Vetusta Morla. ‘Copenhague’ nunca defrauda ni deja de emocionar, y menos en una ocasión como esta, con aroma a despedida y una estampa conmovedora, con los seis miembros de la formación tocando en círculo el centro del escenario, como si del local de ensayo en el que tantas horas han pasado se tratase. Un nudo más en la garganta.
El cenit se prolongó gracias a la exultante energía de ‘La vieja escuela’, acompañada de una ejecución sobresaliente, los bailes descontrolados de su frontman, y las adictivas proyecciones que confluyeron en un final apoteósico. Tras la tempestad, la calma vigorosa de ‘Consejo de sabios’: estremecimiento, sintetizadores, crescendo y un puente final soberbio para completar una de las mejores piezas de su colección.
Aunque hablando de estructuras y transiciones, ‘La derrota’, otra de las novedades de la noche, encogió el alma a más de uno con sus afilados guitarrazos finales, y una de las letras más redondas y duras que se les recuerda. Las guitarras siguieron al mando con la demoledora ‘Mapas’, y ‘Te lo digo a ti’ sirvió para lanzar al líder de la carrera a un sprint final copado de éxitos coreables de su primera referencia, convertidas en himnos oficiales desde hace tiempo.
‘Sálvese quien pueda’, ‘Valiente’ y ‘La cuadratura del círculo’, prolongando el clímax final hasta lugares insospechadamente placenteros, sonaron sin descanso ni aire que respirar, y sirvieron para despedir su actuación en el pico más alto de su ascensión.
Como regalo final, cual postre digestivo tras el festín, Vetusta Morla deleitó a su apasionado, numeroso –se estimaron 10.000 asistentes- y respetuoso público –a pesar de los citados murmullos- con tres últimos y emocionantes cortes. ‘Catedrales’, con la preciosista introducción de Galván a la guitarra y Pucho a la voz, los devastadores ‘Cuarteles de invierno’, y su obra magna, ‘Los días raros’, perteneciente, como toda su obra, a un público que los ha ensalzado al primer cajón del podio. Una intensa relación recíproca entre canciones mayúsculas y un gusto artístico incuestionable.
Y es que si la derrota es no tener tierra donde echar las cenizas, lo más parecido a la victoria en esto de la música debe de ser Vetusta Morla.
Redacción: Iñaki Molinos